Por: Leonardo David.-


En el pasuk 3 del Capítulo 37 de Bereshit, primer capítulo de esta Parashá leemos: “Israel amaba a losef más que a todos sus hijos – ya que era para él, hijo de su ancianidad – y él le había hecho una túnica ornamentada”.
 
Algunos señalan, con base en este pasuk, que no es bueno hacer distinciones entre los hijos, considerando las consecuencias que esta aparentemente inofensiva diferencia que marcó Iaakov – o preferencia entre sus hijos, si se prefiere ver así – desencadenará a futuro.

Ahora bien, si retrocedemos al Capítulo 9, pesukim 9 y 10 de este mismo libro (Parashá Noaj), encontramos una idea más profunda sobre qué puede significar también la figura de los hijos o la descendencia en el lenguaje de la Torá.

En esos dos primeros pesukim de la Parashá Noaj, se nos dice: “1. Estas son las generaciones de Noaj: Noaj era un hombre justo… 2. Engendró Noaj tres hijos: Shem, Jam y Yafet.”

En referencia a lo anterior, algunos exégetas se han preguntado por qué la formulación de estos dos pesukim es tan extraña. El pasuk abre diciendo que nos relatará la genealogía de Noaj, su descendencia, sus hijos. Acto seguido, interrumpe el relato y nos cuenta las virtudes de Noaj y sólo después de esto, nos dice los nombres de sus tres hijos.

Frente a eso, una interesante respuesta – que en lo personal me gusta mucho – es que la Torá le da tanta importancia a las buenas obras, como al hecho de tener hijos. Haciéndonos entender, entre líneas, que existe una especie de herencia espiritual y ética, que debemos legar, que nuestra descendencia también son nuestras buenas acciones.
 
Con base en lo anterior, podemos extender el sentido de lo que se nos dice en la Parashá de esta semana sobre la relación de Iaakov con sus hijos. Haciendo de esta forma, que la enseñanza sobre la vida del patriarca sea útil para quienes han sido padres y para quienes no.

No todos tenemos hijos, en el sentido físico.
Pero simbólicamente, todos tenemos esta “descendencia” de buenas acciones.

Iaakov tenía una predilección – es evidente- por uno de sus hijos «más recientes», lo que equivaldría al afecto que nosotros tenemos por nuestro último logro, nuestro más reciente avance, ese gran paso que recientemente dimos, ese nuevo peldaño que subimos en la escalera de la ética, ese esfuerzo reciente que nos condujo a crecer ética y espiritualmente, esa última buena acción que nos produjo una sensación de “la misión cumplida”, esa satisfacción interior que sentimos cuando hacemos el bien, cuando elegimos hacer lo correcto.

Sin embargo, no es lo único que hemos hecho en la vida, tampoco es lo único que hemos logrado.

No podemos pasar por la vida coleccionando buenas obras,  metiéndolas a un baúl, dejándolas atrás, mientras corremos detrás de la siguiente cosa que podemos hacer, a fin de obtener gratificación.

No es lo mismo hacer el bien, que ser adicto a las recompensas o a la aprobación de otros.

Debemos tener conciencia de todas nuestras acciones, especialmente de las buenas, sin descuidar ninguna.

Esto es raro de decir, considerando que las religiones Abrahámicas tienen la tendencia contraria: Pareciera ser que en la cosmovisión monoteísta, tener consciencia de los errores propios, es más importante.

Nuestra tradición, sin rechazar de plano aquello, nos propone una visión no flagelante, la persona no solamente debe reflexionar sobre lo que ha hecho mal, sino también sobre lo que hizo bien.

Si mi último logro en el mundo de las mitzvot, fue donar para la tzedaká, pero antiguamente tenía la costumbre de visitar a los enfermos, no debo olvidar a ese “hijo”.

Una reciente sensación gratificante, no nos puede hacer olvidar nuestros otros méritos pasados, los cuales por cierto deben ejercitarse constantemente.

Como el lector podrá recordar, Iosef no era el hijo menor de Iaakov, sino Benjamín (Beniamim). Y en cierta forma, el hecho de que, en ausencia de Iosef, la predilección de Iaakov fuera a recaer en Beniamim, refuerza la idea de que Iaakov tenía una cierta tendencia a valorar la que había ocurrido más recientemente y de consecuencia, también refuerza esta lectura que estamos haciendo en el comentario: se debe tener cuidado con no darle más relevancia a nuestro logro ético y espiritual más reciente, por el sólo hecho de ser el más reciente.

Se menciona además que con “hijo de mi ancianidad”, Iaakov quería decir en realidad: “Hijo de mi sabiduría”. Lo que equivaldría a una buena acción que hicimos y que consideramos realmente elevada e importante, proveniente de un estado espiritual que llegó a lo máximo. Despreciando las demás.

Y en su sentido literal «hijo de mi ancianidad«, también refiere a un hijo que costó para que llegara, porque no es habitual recibir nuevos hijos en la ancianidad, sino más bien nietos.

Así también ocurre con las buenas acciones, con esas grandes hazañas que logramos hacer contra todo pronóstico. Aún en momentos inesperados. Pero que, no por ese hecho, por lo difícil que haya sido realizarla, merece una posición mayor o una estima exagerada por nuestra parte.

El punto sigue siendo que, la consecuencia de olvidar parte de nuestra herencia y descendencia ética y espiritual, es finalmente olvidarnos de que en la vida nunca se termina de hacer el bien, que hay distintas formas de hacer el bien y que no deberíamos escatimar esfuerzos en practicarlas todas, así como Iaakov debió atender y acoger a todos sus hijos por igual.
 
No sólo importan las grandes hazañas y grandes logros, tampoco los más recientes. Podemos hacer el bien en todas las etapas de nuestra vida y en toda situación, incluso con aquellos actos que nos parezcan más insignificantes, pequeños y simples. Cuidándonos de no dejar de practicar los que nos parezcan más remotos o que nos parecieran que han quedado en otra época, como el buen valor de la hospitalidad.

En la descendencia de las buenas acciones, donde las acciones son nuestros hijos, no se desecha ningún “hijo”, no se descuidan “nuestros hijos”, por un “nuevo hijo”.

A medida que agregamos méritos y buenas acciones a nuestras vidas, no podemos desconocer, olvidar o dejar de practicar las virtudes que ya teníamos.

El Midrash nos dice que Iaakov amaba más a Iosef porque era muy parecido físicamente a él, entonces se sentía identificado en cierta forma con él (Bereshit Rabá 84:8) Y de seguro, nuestra tendencia natural nos dice que la última buena acción que hicimos nos resultará más familiar y parecida al “nosotros de hoy”, porque indudablemente, en este momento no somos los mismos que hace 5 o 10 años atrás.

Con todo, es necesario tener memoria y conciencia de quienes fuimos (especialmente en lo bueno), estar conscientes del legado ético y espiritual que hemos ido construyendo y trabajando. Ese bien que le vamos a ofrendar al futuro. Agregando cada vez más, todo lo bueno y todo lo mejor, en la medida de nuestra capacidad y de nuestras fuerzas, sin dejar nada bueno atrás.

Esto puede sonar ambicioso, pero nuestros sabios enseñaron que en estos asuntos, desear ser mejor es algo positivo. 

A lo bueno se le puede agregar aún más bondad, pero de lo bueno nada se desecha. Esto de tener buenas acciones predilectas, o hacer cosas conforme a como nos percibimos a nosotros mismos, se parece a lo que enseñaba Rabi Aizl de Slonim sobre por qué los ricos donaban a los pobres y no a los estudiosos. Según él, esto ocurría porque los ricos tenían más miedo a ser castigados con ser pobres por no donar, que ser castigados con ser estudiosos.

La pobreza, es decir, algo tan distante a ellos, les aterraba al extremo de querer cumplir con todas sus obligaciones para con los pobres cabalmente, a fin de evitar ser castigados quedando empobrecidos.

Por otra parte, la falta de motivación para ayudar a los estudiosos, limitaba su campo de buenas acciones. Lo que nos conduce a la siguiente pregunta: ¿Por qué debería tener una motivación para hacer el bien? ¿Es necesaria una motivación adicional a sentir amor por el bien mismo?

¡Cuánto se limita nuestro legado cuando actuamos solamente desde la gratificación momentánea o sólo por una motivación meramente personal, de esas que suelen disfrazarse de piedad, solidaridad, empatía o cualquier otro buen sentimiento!

Cuando solamente me preocupo de mi propia proyección, de cómo me veo, de cómo quiero verme o de cómo no quiero verme, de cómo me identifico con otros y sus problemas y me muevo a medida que sólo logro identificarme, mi descendencia ética comienza a sufrir malas consecuencias.

El ego también puede disfrazarse de generosidad o de buena persona. Lo importante es recordar el valor de la autenticidad (ser honesto con uno mismo en el plano de las intenciones) y el valor de la humildad, reconociendo que no todo gira entorno a mí, a cómo me siento, etc.

De hecho, creo que cuando cumplimos la mitzvá de tzedaká, deberíamos tener más presente los sentimientos de quienes necesitan esta verdadera reparación social, una reparación del injusto social que implica que algunos tengan tan poco, para que otros tengamos lo suficiente y otros más que lo suficiente.

Los judíos amamos el bien y hacemos el bien por amor al bien mismo. Por eso no podemos tener predilecciones ni hacer diferencias. Debemos esforzarnos en agregar bondad a nuestras acciones y agregar actos de bien a nuestra vida cotidiana.
 
Podemos agregar nuevas buenas acciones a nuestra vida, sin dejar de practicar las virtudes y las buenas acciones que ya hacemos. 

Por otra parte, debemos evitar hacer el bien sólo con quienes se parecen a nosotros, o esperando alguna retribución a cambio, de D-s, de la vida misma o de los demás.

En la práctica constante del bien, nosotros somos obligados.
En nuestra relación con el bien, nosotros somos deudores.
Nunca estaremos haciendo lo suficiente.

Debemos encontrar el punto de equilibrio, de manera tal que logremos tener una descendencia en la cual nuestros hijos, nuestras buenas acciones no pugnen entre sí, no colisionen ni se atropellen mutuamente.

En referencia a esta idea de que podemos elegir hacer el bien, agregar buenas acciones a nuestro día a día sin esperar nada a cambio, sin esperar gratificación, sin otra motivación que el amor al bien mismo, etc. Hace años atrás, una persona comentaba en un grupo de estudio, que “no le nacía hacer ciertas cosas” y buscaba excusar así su incumplimiento de ciertos deberes éticos, que no detalló, pero que de todas formas causaron cierto asombro en los presentes.

Y es que, quien estudia Torá, sabe que no necesita sentir absolutamente nada especial para mantenerse motivado a hacer el bien. Al contrario, del ejemplo de Iaakov aprendemos que a veces estos sentimientos nos engañan y generan problemas innecesarios. 

Que seamos capaces de encontrar en nuestra senda el amor al bien, el amor a las buenas acciones, sin discriminar entre unas y otras, ni entre unos beneficiarios y otros.

Que seamos constantes en la práctica del bien y que podamos legar una descendencia maravillosa de buenas acciones al mundo.

Shabat Shalom
Shabat Shalom uMevoraj.
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