Por: Paula Iturra.
Cada 27 de enero se conmemora la Memoria de las Víctimas del Holocausto. Fue el 27 de enero de 1945 cuando las tropas soviéticas liberaron a los prisioneros del Campo de Concentración y Exterminio de Auschwitz.
¿Qué recordamos? ¿Por qué? ¿Para qué?
Recordamos el horror al que fueron sometidos mayoritariamente judí@s, pero también gitanos y homosexuales. Recordamos el exterminio y la muerte, pero también damos lugar al recuerdo de cada uno en forma singular, a cada vida, a cada historia, a cada nombre, cada voz, cada mirada.
Recordamos que es posible que seres humanos exterminen a otros seres humanos. Desde Auschwitz “all is possible”.
Recordar frente a la fuerza del negacionismo. Resistimos a olvidar. Aquí pasó, esto fue verdad, no nos olvidamos de ustedes.
No olvidamos, porque el odio y lo inhumano está a la vuelta de la esquina.
No olvidamos, porque tenemos que trabajar cada día para que no vuelva a ocurrir.
No olvidamos, porque el antisemitismo es un nombre del odio, que puede exterminar al extranjero, al indígena, a la mujer, al homosexual, al comunista…
¿De qué memoria se trata?
Se trata de una memoria viva que incomode, que permita actuar desde el pasado al presente y al futuro. Museos y marcas de la memoria en la ciudad, que despierten y que hagan tropezar como los preciosos adoquines del artista Gunter Demnig, («Stolpersteine», obstáculos en el camino).
Nos podemos quedar en la Shoá sin salir o bien preguntarnos qué nos enseña para trascender y leer otros acontecimientos, otros genocidios, otros fenómenos de odio. Recordar es condición necesaria, pero no suficiente. Se trata de crear lazos y espacios de convivencia con la diferencia, lo distinto, lo extranjero, que hagan resistencia a lo fácil que prende el odio, en especial en épocas de crisis.
Como canta Jorge Drexler:
“Amar es ir a ciegas
El corazón despega, mientras todo arde
Odiar es mucho más sencillo
El odio es el lazarillo
De los cobardes”