En esta Parashá se nos pone en conocimiento sobre el «nivel Divino» que regula nuestras vidas, nuestro día a día, nuestra fe y nuestra ética.
No ha sido nuestra racionalidad la que nos ha guiado hacia los procesos históricos, y nunca ha sido el único pilar en que se basa nuestra subjetividad y acción individual. Emociones, percepciones, sensibilidades y una constante búsqueda de trascendencia han estado presentes en todo comportamiento humano. Sobre ellos se han erigido nuestros vínculos y nuestras identidades colectivas y resulta primordial reconocerlas para así limitar nuestras conductas irracionales y destructivas para movilizarse hacia el servicio de valores humanistas.
Es nuestro deber ser cuidadosos e inflexibles con la otredad, el extranjero, porque las leyes que nos rigen poseen tanto valor y vigencia como aquel momento en que los preceptos fueron entregados al pueblo de Israel. Tan sagrada es la ecuanimidad como las manifestaciones de fe y que la opresión del otro es comparable a un crimen. Resulta igualmente importante nuestras donaciones a organizaciones de bien público, como el tiempo que dedicamos a nuestros hijos y familia.