“Estas son las generaciones de Noaj. Noaj fue un hombre justo en su generación; Noaj caminó con Dios”. (Génesis 6:9)

¿Por qué la tradición escoge a Abraham sobre Noaj?

Diversos comentaristas han intentado hacer un paralelo entre ambos personajes de la Torá. Por ejemplo, Alshij dirá: “Noaj era justo… pero no enseñó a otros como Abraham”. Sforno será más tajante: “Noaj criticó a su generación, pero no hizo nada más…”

Otro ejemplo que podríamos mencionar, lo encontramos en los comentarios de Rabeinu Bejaié ben Asher, que en relación a un pasaje del libro de Deuteronomio, también compara a Abraham con Noaj. Dice que antes de Abraham, Dios bendecía directamente a los personajes y su descendencia: bendice a Adam, bendice a Noaj y a sus hijos. Pero luego, a Abraham – y a su descendencia – les transfiere la capacidad de bendecir ellos a otros. Otra vez se pone a Abraham por sobre Noaj.

Sin embargo, el mismo autor los “iguala” en un comentario sobre Bereshit 5, dirá que Noaj y Abraham compartían la virtud de haber “caminado con Dios” porque ambos eran personas justas y luego, comentando el capítulo 13 igualará a Abraham y Noaj, como “personas que se esforzaron por la adquisición de sabiduría…”

Rashi dirá que Noaj caminó con Dios, pero que Abraham en cambio “caminó delante de Dios”.

Siguiendo a Rashi, en Siftei Jajamim se nos mostrará otra comparación entre Noaj y Abraham: “Noaj era justo sólo respecto de su generación, no era completamente justo… a diferencia de Abraham.”

En suma: dos personajes de distintas generaciones, aunque con una misma ascendencia en común y que incluso “coexisten” por mucho tiempo según otros tantos comentaristas.
Pero, ¿por qué tanta comparación?

Podríamos decir que lo representado por Noaj es sin duda el “ideal”, porque personifica el seguir la voluntad y los deseos de Dios, sin embargo nuestra tradición tiende a escoger a Abraham.

Para Noaj, la vida era un destino potencialmente alcanzado. La plenitud era alcanzable mediante el cumplimiento de los deseos de Dios, la aceptación directa a los preceptos de Dios. Para Abraham, por otro lado, la vida era un viaje interminable. La plenitud nunca podría alcanzarse, ya que mientras quedaba aliento, quedaba el desafío y el crecimiento potencial.

En este sentido, podríamos decir que el judaísmo nos exige un compromiso y lucha activa, porque nuestra relación con Dios es colectiva e impregna cada elemento de nuestra existencia.
El punto más potente de la comparación Noaj-Ab
raham, se ubica justamente aquí: Noaj hace lo que tiene que hacer, pero no logra “salvar” al pueblo. ¿Y qué es un líder sin pueblo?

Abraham muestra un paradigma distinto. De su ejemplo inferimos que tenemos el derecho y no la obligación, de orar, de pedir, incluso de pelear con Dios. Tal como él regatea para evitar la destrucción de Sedom.

Mientras en la tradición Cristiana, la historia de Noaj representa un ideario completo en sí mismo, la tradición rabínica escoge a Abraham por sobre Noaj. Y al hacerlo, nos recuerdan que Dios prefiere un compromiso activo a una sumisión pasiva.

Tal vez, el Cristianismo heredó su postura sobre Noaj del “libro del eclesiástico”, un texto escrito presumiblemente por Ben Sirá, que se puede fechar en el 180 a.e.c. y que nosotros no reconocemos como parte del Tanaj, a pesar de haber sido escrito en hebreo, por una persona de nuestro pueblo, etc. 
Este libro respecto a Noaj afirma: “Completamente justo fue Noaj…” (44:17) 

Rashi, muchos siglos después, resaltará en cambio que sólo: “Era justo en su generación…”

Es interesante hacer este paralelo. Tal vez, la bendición más grande que Dios le pudo dar a Abraham fue “camina delante de mí y sé completo”. Colabora conmigo, nunca descanses, nunca te detengas, enfrenta el desafío de cada día y viaja hacia la plenitud.

Que de esta comparación entre personajes, personalidades, preferencias y posturas totalmente distintas frente a la vida, frente a lo Divino y lo humano, podamos sacar nosotros también las lecciones que necesitamos.

La invitación es a vivir un judaísmo comprometido, donde la clave no está en nuestros niveles de “obediencia” ni en el mero sentido del “deber hacer”. No son esas las virtudes que estamos invitados a valorar y practicar.

El ideal es ir más allá de nuestros discursos de rectitud, por mucho que prometan mantenernos a salvo. El desafío es hacernos íntegros en el encuentro con otros, hasta ser completos, más que simplemente “hacer” cualquier otra cosa.

 
Shabat Shalom.
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