Esta semana estudiamos uno de los relatos más conocidos de la Torá, cuyo significado profundo ha sido tergiversado e ignorado consciente o inconscientemente por ciertos grupos religiosos, a fin de construir un discurso de odio. El relato de Sodoma, lamentablemente, es usado en la cultura popular de occidente como un discurso en contra de la diversidad sexual.
Tristemente, el resultado de este discurso de odio, son los crímenes de odio. En Chile por ejemplo, recordamos cada año la memoria de Daniel Zamudio, que en paz descanse, víctima del odio homofóbico. Recientemente, una dirigente trans, presidenta del “Sindicato Amanda Jofré”, un sindicato de trabajadoras sexuales, fue brutalmente golpeada.
Toda esta violencia irracional, proviene en cierta forma de concepciones religiosas malentendidas y de también, de la incomprensión o la falta de esfuerzos que hacemos como sociedad para incluir y respetar las diversidades.
Hablar de esto no es algo antojadizo. No estoy trayendo el tema sólo porque coincida con el relato de Sodoma, sino porque hemos estado estudiando en estas primeras parshiot del libro de Bereshit justamente temas relacionados, con Noaj por ejemplo, aprendimos que el Mabul (diluvio) fue producto de la violencia irracional. El relato nos hacía ver que, cuando se normalizan los discursos y actos de violencia y de odio, se termina deshumanizando la sociedad, borrando todo rastro de humanidad en nosotros.
El discurso de odio en contra de la diversidad sexual, conduce a actos violentos y produce muertes.
A diferencia de lo que ocurre en otras corrientes del pensamiento religioso, la tradición judía tiene una lectura un tanto más humana sobre el relato de Sodoma, menos simple, pero más humana y en ningún caso literal.
Y en este punto, quisiera detenerme, puesto que lo que les voy a compartir en este episodio, no es una reinterpretación progresista del relato. El mismo Tanaj nos complementa la historia de Sodoma y es el profeta Iejezkel, quien nos dice que la transgresión de Sodoma fue su arrogancia, tener pan de sobra y no apoyar a los pobres (Ez. 16:49)
En otras palabras: El relato de Sodoma es una crítica al egoísmo, no a la diversidad sexual.
Los Rabinos del Talmud seguirán desarrollando esta idea, concluyendo que Sodoma era una sociedad que no practicaba la hospitalidad y tenía prácticas deplorablemente individualistas.
En el masejet Sanhedrín 109a, leemos que la gente de Sodoma decía: “¿Por qué tenemos que ayudar (a los demás), si sólo vienen a quitarnos lo que es nuestro…?”.
Por su parte, un midrash registrado en el Pirkei de Rabi Eliezer, señala al respecto: “Rabi Iehuda dijo: En Sodoma se hizo una proclama: Todo el que extienda su mano al pobre y al necesitado, dándole pan, será quemado en el fuego”. (25:8)
Estos son sólo algunos de los relatos que los Rabinos recogieron de la tradición oral, para reconstruir el perfil de la sociedad de Sodoma.
Para ellos, el tema indudablemente pasaba por el egoísmo y no por conductas de connotación sexual u orientaciones sexuales.
Ciertamente, en algún momento en que la homosexualidad u otras manifestaciones sexuales y afectivas no eran bien vistas en la zona geográfica en que se desarrolla el relato, se debió recurrir a ejemplificar la maldad de esta sociedad con un aparente asunto de inmoralidad sexual.
Y en ese contexto debemos entender aquellos aportes exegéticos que profundizan en el sentido de la “arista sexual” y que intentan explicar las “depravaciones de Sodoma”.
No como algo para que nosotros sigamos repitiendo, sino para que entendamos lo grave que en una determinada sociedad eran las conductas sexuales no heterosexuales y que por eso se equiparaban con el egoísmo y las maldades de Sodoma, a fin de ilustrarla.
Hoy, para nosotros, en el siglo XXI, la diversidad sexual no es un desvalor. Sin embargo, el egoísmo y el individualismo sigue siendo un problema. Y ya no necesitamos de ninguna metáfora para entender lo grave que es.
Vivimos en un mundo donde millones de personas mueren de hambre. Y en general, a la gran sociedad global de este nuevo mundo interconectado, tecnológico y “vanguardista” pareciera importarle poco.
Mientras algunos se comprometen con “los valores tradicionales de la familia”, son pocos los que parecieran comprometerse con los importantes valores bíblicos de la justicia social (tzedaká) y la solidaridad o buenas acciones (maasim tovim).
Por otra parte, en lo que atañe a comprometernos contra el discurso de odio, los judíos tenemos una gran responsabilidad.
Todos conocemos ese célebre poema de Martin Niemöller, titulado: “Primero vinieron…” y su conmovedor cierre: “Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.”
De seguro, como judíos, podemos pensar que no tenemos ningún deber hacia la causa LGBT. O que es algo que sólo debería interesar a quienes siendo judíos, son además personas LGBT.
Pero cuando elegimos desentendernos, de esta y otras causas justas, estamos convirtiendo poco a poco el mundo en un lugar cada vez más peligroso.
La raíz del discurso de odio, es un desvalor en sí mismo, que despoja a una persona o grupo de personas de su dignidad como ser humano.
Nosotros conocemos las consecuencias nefastas de aquello. Y por eso sentimos el llamado, dentro de nuestras propias conciencias, a promover el valor judío de la hospitalidad y la generosidad, de acoger al otro, de generar una cultura del encuentro y la comprensión, de respetar, promover el respeto.
Nuestro desafío como pueblo es incluir a las personas, lo único que debemos excluir son los discursos de odio, no solamente de la sociedad en general, también debemos despojarnos de los prejuicios dentro de nuestras comunidades, muchas veces disfrazados de piedad religiosa.
Nuestros sabios jamás nos invitaron a vivir una falsa “jasidut” o una espiritualidad hipócrita. Al contrario, la lectura que hicieron del relato de Sodoma es bastante lógica y racional: ¿Qué es lo que destruye a una sociedad?
Con la historia de Noaj, aprendimos que la violencia destruye la sociedad. Y con el relato de Sodoma, aprendemos que el egoísmo también es potencialmente destructivo.
Cuando históricamente se ha intentando culpar a la diversidad sexual de estar “destruyendo la sociedad”, lo que en realidad se buscaba era encontrar un chivo expiatorio.
Es más fácil culpar a otros, o demonizar a determinadas personas, que hacer un análisis profundo de aquellas desviaciones sociales transversales, de las cuales debemos arrepentirnos.
Nuestra tradición y cosmovisión confía en la humanidad. Hemos visto en las últimas parshiot que la Torá parece esperar más de nosotros, somos capaces, tenemos ese potencial, nuestro ietzer tov.
Y de consecuencia, espera que seamos capaces de reconocernos como lo que somos: seres sociales, potencialmente empáticos, por naturaleza, lo contrario al egoísmo.
En cambio, actualmente vivimos en sociedades que exaltan el individualismo e intentan justificarlo como parte de nuestra “naturaleza” y se insinúa que es una especie de esencia invencible.
Como judíos, nos oponemos a esa mirada pesimista, que concibe a la persona humana como un ser ruin.
Desarrollemos personalmente, al máximo, nuestro potencial altruista y alcemos la voz, con un discurso de responsabilidad social y con acciones concretas, a fin de hacer que la hospitalidad recobre sentido en este siglo. Seamos acogedores, seamos la tienda de Abraham y advirtamos, con un renovado compromiso ético, que el egoísmo destruye las sociedades, que es un desvalor y que es deber de todos avanzar hacia una cultura de la generosidad.
Shabat shalom,
Shabat Shalom umevoraj.
Shabat Shalom umevoraj.