En la parashá de esta semana, se nos habla sobre la importancia de recordar y construir memoria histórica: “Habrá de ser este día para vosotros como remembranza. Y habréis de celebrarlo… por vuestras generaciones, como ley eterna …” (Shemot 12:14)

 

Y esto es lo que cada año, hasta el día de hoy, a pesar de todas las aflicciones históricas y contra todo pronóstico, los judíos continuamos celebrando, tanto en el hogar como en la comunidad: la festividad de Pésaj, que en esta parashá se nos prescribe envuelta en ideas como la necesidad de “repetir la historia a los hijos”, “narrar”, etc.

 

Adicionalmente, se nos habla sobre la colocación de los tefilín: “… y será como signo sobre tu mano y como filacterias entre tus ojos.” (Shemot 13:16)

 

Recuerdo que en un sidur en portugués, obsequio de mi Rabino de la adolescencia, se agregaba una intención previa a su colocación y decía: “Tú nos ordenaste ponerla en el brazo, frente al corazón a fin de subyugar nuestros sentimientos y emociones a tu servicio. Y en la cabeza, entre los ojos, a fin de que mi alma, que en ella reside…

 

Todo eso siempre me sonó muy poético, sin embargo, pienso que hay algo más detrás de todas estas prescripciones para recordar que aparecen en esta Parashá.

 

Indudablemente, preservar la memoria histórica, es un proceso colectivo, que implica necesariamente una serie de esfuerzos individuales. 

 

La Torá nos muestra entre líneas que, ocuparse de la identidad judía – como responsabilidad personal, diaria y constante – es determinante, porque de ello depende todo lo demás, de ello depende el futuro colectivo.


Es por eso que no hablamos en plural, como sinónimo de una masa homogénea, dejando de lado la construcción del ser, la construcción del yo, o como prefieran verlo. 

 

Cada judío y cada judía, tienen el derecho a tener este proceso personal.

 

La mitzvá del los tefilín es una verdadera escuela de identidad, o encierra un conocimiento ancestral sobre la forma adecuada de que cada judío y judía conecten con su identidad y estén en condiciones de seguir construyendo y preservando el patrimonio histórico, cultural y espiritual colectivo.

 

Leía hace un tiempo sobre el Dr. Carlos Logatt Grabner, un médico (UBA), máster en neurociencia y creador del concepto “Neuropsicoeducación”, el cual señalaba en una publicación que, en base a lo estudiado, para que un recuerdo se consolide en nuestra memoria, debe estar asociado a una emoción.

 

Y aunque en tiempos bíblicos el rol del corazón y del cerebro, en relación a los aprendizajes y experiencias, no eran similares a cómo actualmente se entienden, el tefilín encierra ideas que pueden encajar perfectamente bien con estas nuevas formas de entender la educación.

 

Primeramente, porque el tefilín es un ejercicio de concentración, nuestros sabios enseñaron que uno debe estar totalmente concentrado mientras se los coloca y durante todo el tiempo en que los tenga. (T.B Shabat 12a)

 

Y si su simbolismo es entendido adecuadamente, habrán varias cosas que estarán beneficiando al individuo que decida ponérselos con frecuencia, más allá de entrar en explicaciones místicas o mágicas, para ello adaptaré una publicación del Dr. Logatt sobre la educación en el contexto de la escuela para los niños, pero a nuestro tema:

 

1. Estaremos “haciendo ambiente”: Para aprender, interiorizar conceptos o ideas y almacenar mejor la información, se debe crear el ambiente adecuado. Definitivamente, nadie podrá conectar con su identidad judía o tener idea novedosa alguna sobre su relación con el judaísmo, si no dedica tiempos y espacios de calidad a aquello. 

 

El tefilín por sí mismo no tiene el mérito de sacarnos mágicamente del “modo profano”, para teletransportarnos a un estado de conciencia distinto. Requiere de la intención adecuada. Y quien se pone tefilín sin intención, no está viviendo realmente esta gran experiencia, porque no ha generado el ambiente adecuado.

 

2. Memoria de corto plazo: Si ya “hicimos ambiente” y de consecuencia, estamos en condiciones, es momento propicio para procesar pequeñas cantidades de información. Esto equivale a lo que en buen Español Chileno se denomina “a lo que vinimos”. Hemos generado el ambiente para aprender y resulta que ahora tenemos pequeños klafim (pergaminos) rodeándonos con extractos de la Torá, con lo justo y necesario, con verdaderas declaraciones centrales de nuestra fe. 

 

Incluso, cuando alguien se pone tefilín durante el día, fuera de Shajarit – porque no alcanzó en la mañana o porque le acomoda más colocárselos en otro momento – dice: ¡Shemá Israel! 

 

Algo tan breve como el Shemá, pero que en un momento de tal nivel de concentración, silencio y espiritualidad, evidentemente impacta más o es la intención que impacte más a quien lo pronuncia.

 

3. Memoria de largo plazo: La repetición de la secuencia anterior, diariamente, comenzará a afianzar la memoria de largo plazo. Es decir, que pasando por un proceso mental y físico de operativa o trabajo (disciplina), es muy probable que lo que aprendiste y sabes hacer, te acompañe toda la vida.

 

Esto se nota cuando uno ya no necesita tener el sidur o las brajot a mano para saber qué se debe decir al colocar la tefilá del brazo y de la cabeza. 

 

Pero más evidentemente aún, se ve cuando tú ya eres capaz de explicarle a otro qué son los tefilín y cómo se colocan, cuando te transformas en un continuador y transmisor de la tradición, sin necesidad de recurrir a palabras rebuscadas o a citas interminables de rabinos famosos. 

 

Tú, lo que aprendiste, lo que has practicado y lo que incorporaste a tu vida cotidiana, ahora estás en condiciones de permitir que la siguiente generación lo incorpore también a su estilo de vida. Que tengan la bendición de conocer y elegir.

 

Huelga decirlo, en todos los pasos anteriores, tienes derecho a profundizar más, a resignificar y darle tu sello personal. Porque no hay momento más adecuado para hacerlo, que cuando estás con un adecuado nivel de concentración y tranquilidad.

 

Este proceso es clave para todo lo relacionado a la educación judía y a la preservación de la identidad, en aras del futuro. 

 

No solamente los tefilín en sí, que por cierto, es deseable que cada judío y judía se los coloquen como parte de su vida cotidiana.

 

Pero tenemos más de estos ejercicios.

 

Entonces, retomando para absorber mejor de la idea principal, podemos decir que: se debe conectar cada concepto e idea sobre judaísmo, con una emoción, conectar la mente y el corazón, si así se desea ver.

 

De otra forma, no se puede construir identidad, memoria histórica y futuro.

 

Los tefilín son un medio que refleja las virtudes de un verdadero método de enseñanza. Pero no es el único medio. 

 

Nos colocamos tefilín todos los días, excepto Shabat y festividades. 

 

Explican nuestros sabios que la santidad y energía del Shabat son suficientes y no es necesario ponerse tefilín para “conectar” con lo Divino.

 

Más allá de eso, Shabat – al igual que los tefilín – por su periodicidad, puede ser entendido como un medio para construir memoria histórica. ¿Y cómo no? Si cada viernes por la noche, recitamos el kidush y decimos “zejer litziat mitzraim” (en recuerdo de la salida de Egipto). 

 

Y nadie podría desconocer que la mesa de Shabat ha sido una verdadera escuela de formación para el judío, incluso para el judío laico.

 

Shabat, Pésaj y los Tefilín, son indudablemente ejercicios de identidad, memoria y reflexión sobre el futuro.

 

Experiencias para vivir individual y colectivamente, con conciencia.

 

Esto no es solamente cosa de religiosos, porque cada judío y judía pueden beneficiarse de estos milenarios métodos.

 

La pregunta es: ¿Cómo los estamos aprovechando?

 

Shabat Shalom,

Shabat Shalom umevoraj.

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