Estamos estudiando ahora la parashá “Terumá” (תרומה), palabra que tiene varias acepciones, tales como: ofrenda, donación y que en general encierra la idea de separar o sustraer de mí mismo, algo que en principio me pertenece.
Pero ¿por qué alguien debería hacer esto?
La raíz hebrea de la palabra Terumá es “rum” (רום) que significa “elevar”.
Me despojo de lo mío, para elevarlo.
Me elevo a través de la liberalidad.
Lo anterior podría ser una pista para entender por qué el listado de donativos que se nos pide en el texto, incluye materiales lujosos, íconos del materialismo, como el oro, la plata y el cobre, entre otros tantos.
Uno podría preguntarse: ¿Por qué tanta ostentación para construir un mishkán (santuario)? ¿Por qué tanto lujo para construir lo sagrado?
En su célebre obra “Peninei Halajá”, el Rabino Eliezer Melamed nos pone en contexto y dice que nuestro pueblo experimentó su nivel más alto de espiritualidad posterior a la liberación de la esclavitud, lo cual significó una victoria de la espiritualidad frente a la cultura del materialismo Egipcio.
Y es que, evidentemente, lo sagrado no se construyó por el valor de los materiales. Ese no es el punto.
Lo sagrado se construyó, colectivamente, gracias a la liberalidad del pueblo en lo que refiere a la administración de sus bienes.
Habiendo sido liberados del materialismo, se le pide al pueblo que voluntariamente entregue cosas valiosas para el proyecto: “De todo hombre, a quien voluntariosamente mueva su corazón, habréis de tomar ofrenda para Mí.” (25:2), y vemos que el pueblo responde de buen grado, entregando esas cosas valiosas como si no lo fueran, como si no tuvieran valor. De hecho, en el capítulo 36 vamos a leer, más adelante, que el pueblo trajo tantas donaciones, que Moshé tuvo que suspender la recepción de donativos.
En cierta forma, el mishkán se convierte en un símbolo de la espiritualidad a través de un proceso colectivo en que se le otorga un sentido renovado a los bienes y el patrimonio. El mishkán representa una nueva perspectiva, un nuevo paradigma.
Por otra parte, es curioso ver cómo el mishkán viene a coronar un proceso en el que se pone orden a las cosas.
Lo anterior podría ser una pista para entender por qué el listado de donativos que se nos pide en el texto, incluye materiales lujosos, íconos del materialismo, como el oro, la plata y el cobre, entre otros tantos.
Uno podría preguntarse: ¿Por qué tanta ostentación para construir un mishkán (santuario)? ¿Por qué tanto lujo para construir lo sagrado?
En su célebre obra “Peninei Halajá”, el Rabino Eliezer Melamed nos pone en contexto y dice que nuestro pueblo experimentó su nivel más alto de espiritualidad posterior a la liberación de la esclavitud, lo cual significó una victoria de la espiritualidad frente a la cultura del materialismo Egipcio.
Y es que, evidentemente, lo sagrado no se construyó por el valor de los materiales. Ese no es el punto.
Lo sagrado se construyó, colectivamente, gracias a la liberalidad del pueblo en lo que refiere a la administración de sus bienes.
Habiendo sido liberados del materialismo, se le pide al pueblo que voluntariamente entregue cosas valiosas para el proyecto: “De todo hombre, a quien voluntariosamente mueva su corazón, habréis de tomar ofrenda para Mí.” (25:2), y vemos que el pueblo responde de buen grado, entregando esas cosas valiosas como si no lo fueran, como si no tuvieran valor. De hecho, en el capítulo 36 vamos a leer, más adelante, que el pueblo trajo tantas donaciones, que Moshé tuvo que suspender la recepción de donativos.
En cierta forma, el mishkán se convierte en un símbolo de la espiritualidad a través de un proceso colectivo en que se le otorga un sentido renovado a los bienes y el patrimonio. El mishkán representa una nueva perspectiva, un nuevo paradigma.
Por otra parte, es curioso ver cómo el mishkán viene a coronar un proceso en el que se pone orden a las cosas.
Dios viene a decirnos que quiere “residir entre ellos” (betojam / בתוכם), sólo después de darles lo que podríamos equiparar a nuestras leyes civiles y penales actuales (Parashá Mishpatim).
Primero se genera el ambiente de paz entre las personas, se sientan las bases de la sana convivencia y de seguridad para todos. Y recién ahora, con esta garantía, Dios se quiere sumar al campamento y ser su vecino.
La shejiná – presencia Divina – que residiría en este mishkán, necesitaba ciertas condiciones. No se trataba solamente de vivir juntos y tener patrimonio, de identificarnos como personas de un mismo pueblo y crecer económicamente.
Lo más importante era tener una sociedad regida por principios y normas jurídicas, donde se practicara la justicia y el Derecho. Y donde además, nuestros bienes y patrimonio cumplieran un rol social en beneficio de todos, evitando una serie de desvalores perniciosos para cualquier sociedad, como el acaparamiento, el egoísmo y la avaricia.
Eso representa el mishkán, un cambio social en aras de la reparación del mundo, un signo para recordar que la reparación de antiguas injusticias y sociedades corrompidas por el materialismo exacerbado, es posible.
En adelante, el mishkán nos reuniría entorno a la adoración Divina, la cual podríamos prestar solamente después de haber construido las bases para las buenas relaciones interpersonales y las buenas bases para una circulación justa de la riqueza y los bienes.
Hay otra lectura interesante sobre la residencia de la shejiná, el Rabino Jaim ben Isaac de Voloyin enseñó que la expresión “betojam”, en este contexto, también se puede entender como que Dios quería residir dentro de cada una de las personas del pueblo (Nefesh Hajaim 1:4). Y es que, cuando nos comprometemos individualmente con los valores y principios de la Torá, naturalmente nos hacemos merecedores de contar con Dios en nuestras vidas.
Por otra parte, el pueblo siempre tuvo presente que lo importante de todo esto, no estaba en el mishkán en sí, ni en su belleza, sino en la actividad que se desarrollaría allí, de las experiencias que se vivirían en su interior y del mensaje que encerraba.
Esto nos plantea también el desafío de no quedarnos con la “parte externa” de la religión. Sino recordar que cada enseñanza, práctica y tradición, encierra algo más importante.
Y es cierto que la “parte externa” de la religión puede resultar actualmente tan compleja como las instrucciones minuciosas para construir el mishkán que aparecen en esta parashá.
Pero son necesarias, es necesario embellecer la liturgia y celebrarla con dignidad. Es necesario embellecer las mitzvot. Pero sin perder la capacidad de redescubrir, cada vez, su sentido profundo, su trasfondo ético y las interesantes enseñanzas que nos dejan para la vida cotidiana.
Esta parashá encierra ideas muy interesantes sobre cómo construir momentos y espacios sagrados, puntos de encuentro para lo sagrado y sobre cómo nos relacionamos con estas construcciones.
El mishkán era importante por lo que contenía y su belleza jamás fue utilizada como objeto de adoración en sí misma. Esto, indudablemente nos invita a reflexionar sobre la necesidad de evitar la “idolatría de las formas”. No son las apariencias lo que nos debe asombrar.
El Rabino Abraham Joshua Heschel, en su obra célebre titulada “La Tierra es del Señor” (1952), nos dice que esta capacidad de ver lo trascendente detrás de los símbolos, es una característica propia de nuestro pueblo, así lo expresa cuando señala que nuestros antepasados: “…estaban seguros de que cada cosa sugería algo trascendente; que lo que era aparente no era sino una superficie sutil de lo no revelado; y a menudo preferían echar pie firme al borde del abismo, aun a precio de abandonar la base sólida de lo superficial.” (Pág. 60)
Trayendo a Heschel al contexto de nuestro estudio, podemos decir que él reconocía que quedarnos con la parte exterior o superficial de la religión podría ser el camino más fácil. Sin embargo, no es esto lo que ha caracterizado a nuestro pueblo. Y por ello, nosotros debemos recuperar la capacidad de ir al interior, allí donde descubrimos que la shejiná está “en medio de cada uno de nosotros”.
Obviamente, esto requiere de nuestros mayores esfuerzos intelectuales y emocionales. Y deseo de todo corazón que podamos seguir respondiendo a esta invitación milenaria.
Primero se genera el ambiente de paz entre las personas, se sientan las bases de la sana convivencia y de seguridad para todos. Y recién ahora, con esta garantía, Dios se quiere sumar al campamento y ser su vecino.
La shejiná – presencia Divina – que residiría en este mishkán, necesitaba ciertas condiciones. No se trataba solamente de vivir juntos y tener patrimonio, de identificarnos como personas de un mismo pueblo y crecer económicamente.
Lo más importante era tener una sociedad regida por principios y normas jurídicas, donde se practicara la justicia y el Derecho. Y donde además, nuestros bienes y patrimonio cumplieran un rol social en beneficio de todos, evitando una serie de desvalores perniciosos para cualquier sociedad, como el acaparamiento, el egoísmo y la avaricia.
Eso representa el mishkán, un cambio social en aras de la reparación del mundo, un signo para recordar que la reparación de antiguas injusticias y sociedades corrompidas por el materialismo exacerbado, es posible.
En adelante, el mishkán nos reuniría entorno a la adoración Divina, la cual podríamos prestar solamente después de haber construido las bases para las buenas relaciones interpersonales y las buenas bases para una circulación justa de la riqueza y los bienes.
Hay otra lectura interesante sobre la residencia de la shejiná, el Rabino Jaim ben Isaac de Voloyin enseñó que la expresión “betojam”, en este contexto, también se puede entender como que Dios quería residir dentro de cada una de las personas del pueblo (Nefesh Hajaim 1:4). Y es que, cuando nos comprometemos individualmente con los valores y principios de la Torá, naturalmente nos hacemos merecedores de contar con Dios en nuestras vidas.
Por otra parte, el pueblo siempre tuvo presente que lo importante de todo esto, no estaba en el mishkán en sí, ni en su belleza, sino en la actividad que se desarrollaría allí, de las experiencias que se vivirían en su interior y del mensaje que encerraba.
Esto nos plantea también el desafío de no quedarnos con la “parte externa” de la religión. Sino recordar que cada enseñanza, práctica y tradición, encierra algo más importante.
Y es cierto que la “parte externa” de la religión puede resultar actualmente tan compleja como las instrucciones minuciosas para construir el mishkán que aparecen en esta parashá.
Pero son necesarias, es necesario embellecer la liturgia y celebrarla con dignidad. Es necesario embellecer las mitzvot. Pero sin perder la capacidad de redescubrir, cada vez, su sentido profundo, su trasfondo ético y las interesantes enseñanzas que nos dejan para la vida cotidiana.
Esta parashá encierra ideas muy interesantes sobre cómo construir momentos y espacios sagrados, puntos de encuentro para lo sagrado y sobre cómo nos relacionamos con estas construcciones.
El mishkán era importante por lo que contenía y su belleza jamás fue utilizada como objeto de adoración en sí misma. Esto, indudablemente nos invita a reflexionar sobre la necesidad de evitar la “idolatría de las formas”. No son las apariencias lo que nos debe asombrar.
El Rabino Abraham Joshua Heschel, en su obra célebre titulada “La Tierra es del Señor” (1952), nos dice que esta capacidad de ver lo trascendente detrás de los símbolos, es una característica propia de nuestro pueblo, así lo expresa cuando señala que nuestros antepasados: “…estaban seguros de que cada cosa sugería algo trascendente; que lo que era aparente no era sino una superficie sutil de lo no revelado; y a menudo preferían echar pie firme al borde del abismo, aun a precio de abandonar la base sólida de lo superficial.” (Pág. 60)
Trayendo a Heschel al contexto de nuestro estudio, podemos decir que él reconocía que quedarnos con la parte exterior o superficial de la religión podría ser el camino más fácil. Sin embargo, no es esto lo que ha caracterizado a nuestro pueblo. Y por ello, nosotros debemos recuperar la capacidad de ir al interior, allí donde descubrimos que la shejiná está “en medio de cada uno de nosotros”.
Obviamente, esto requiere de nuestros mayores esfuerzos intelectuales y emocionales. Y deseo de todo corazón que podamos seguir respondiendo a esta invitación milenaria.
Que podamos dar lo mejor de nosotros mismos, lo más valioso, entendiendo que nuestros talentos y aptitudes también juegan un “rol social”, de suma importancia para el futuro de las comunidades.
Acapararlos para nosotros mismos no nos enriquece.
Nuestros sabios enseñan en el Talmud de Babilonia, que la idea de separar de lo nuestro, para dedicarlo al servicio Divino – y de los demás – es para “enriquecernos” (Taanit 9a).
Alguien podría pensar lo contrario, que cuando hacemos donativos en tiempo, dinero y/o especies, en realidad estamos disminuyendo nuestro patrimonio.
Sin embargo, esta es una forma muy pobre de entender estos asuntos.
En Pirkei Avot (Ética de nuestros padres), Ben Zomá pregunta: ¿Quién es rico?, y responde: “El que está conforme con lo que tiene”. Y es que el tema de la riqueza en esta nueva perspectiva que surge para nuestro pueblo con la liberación de Egipto, ya no se trata de cifras, sino de una actitud hacia la vida. Y así leemos en el libro de Proverbios: “La corona del sabio es su riqueza”.
La lección, en esta lectura que estamos haciendo, parece cada vez más clara. Nuestro patrimonio no es solamente un conjunto de cosas apreciables en dinero. Y nuestra tradición – defensora del derecho a la propiedad privada – también nos previene de ciertos vicios peligrosos, que nos pueden convertir en personas y sociedades muy pobres, a pesar de tener mucho dinero.
Que tengamos el mérito de asumir los desafíos que tenemos actualmente como judíos, en la comunidad y en la sociedad en general, desde esta renovada perspectiva.
Un nuevo paradigma que, miles de años después, sigue siendo revolucionario.
Esta parashá viene a recordárnoslo: Podemos seguir venciendo el materialismo y la superficialidad, tal como nuestros antepasados.
Shabat Shalom,
Shabat Shalom umevoraj.
Acapararlos para nosotros mismos no nos enriquece.
Nuestros sabios enseñan en el Talmud de Babilonia, que la idea de separar de lo nuestro, para dedicarlo al servicio Divino – y de los demás – es para “enriquecernos” (Taanit 9a).
Alguien podría pensar lo contrario, que cuando hacemos donativos en tiempo, dinero y/o especies, en realidad estamos disminuyendo nuestro patrimonio.
Sin embargo, esta es una forma muy pobre de entender estos asuntos.
En Pirkei Avot (Ética de nuestros padres), Ben Zomá pregunta: ¿Quién es rico?, y responde: “El que está conforme con lo que tiene”. Y es que el tema de la riqueza en esta nueva perspectiva que surge para nuestro pueblo con la liberación de Egipto, ya no se trata de cifras, sino de una actitud hacia la vida. Y así leemos en el libro de Proverbios: “La corona del sabio es su riqueza”.
La lección, en esta lectura que estamos haciendo, parece cada vez más clara. Nuestro patrimonio no es solamente un conjunto de cosas apreciables en dinero. Y nuestra tradición – defensora del derecho a la propiedad privada – también nos previene de ciertos vicios peligrosos, que nos pueden convertir en personas y sociedades muy pobres, a pesar de tener mucho dinero.
Que tengamos el mérito de asumir los desafíos que tenemos actualmente como judíos, en la comunidad y en la sociedad en general, desde esta renovada perspectiva.
Un nuevo paradigma que, miles de años después, sigue siendo revolucionario.
Esta parashá viene a recordárnoslo: Podemos seguir venciendo el materialismo y la superficialidad, tal como nuestros antepasados.
Shabat Shalom,
Shabat Shalom umevoraj.